LAS PILAS DE AGUA BENDITA DE LA PARROQUIA DE SAN MATEO DE BAÑOS
Todos debemos a nuestras madres, además de la vida, otras muchas cosas, que nos van enseñando a lo largo de la niñez y de la juventud, sobre todo. Yo a la mía le debo unos hábitos de educación, de conducta, que no he olvidado.
El trato con los demás, el respeto con los mayores, el ceder el paso, a las señoras, o dejarle la acera, es algo, que me inculcó desde muy pequeñito, y ha quedado gravado en mí.
Recuerdo que de pequeño, de muy pequeño me ponía de puntillas en la pila del agua bendita de la entrada para ofrecerla a las señoras que entraban a la Iglesia: Doña Dolores, la de la botica, Doña Lorenza, Doña María, mi abuela Ana y mi madre o mi tía Dolores Jiménez y cuantas personas entraban. Me adelantaba para poderles ofrecer el agua bendita
Un día, que casi no llegaba a mojar los dedos en el agua bendita, me contó mi padre, la historia, que a su vez le había contado a él mi abuelo Luis, cuando era pequeño de porque la pila de la derecha, tiene una abrazadera, o brida de hierro que la sujeta a la pared.
Y es que un niño que no llegaba, se subió al pié y se agarró al borde, con tan mala suerte que se le vino encima la pila y no lo mató en el acto de milagro, pero si lo dejó muy mal herido. Lo encomendaron padres, familiares y todo el pueblo a la Virgen de la Encina, y el niño al cabo de un tiempo prudencial, fue curando de sus heridas hasta que quedó sano.
De ahí que esta pila desde entonces, casi ya dos siglos, tiene esa brida de hierro que la sujeta.
Si se fijan las personas curiosas, verán, que la de la izquierda se sujeta a la pared con unas garras, y la otra, que fue la que por pocas mata al chiquillo, con la abrazadera.
DMC