SANTA MARIA. BAÑOS DE LA ENCINA
Este paseo, se va acabando; ha sido tranquilo, ya se hizo de noche, y sin darme cuenta estoy en Santa María; a la vista el ruedo, Linares, las luces del polígono; se distinguen las de los coches por la “General”, como la llamábamos.
No hay nadie, pero los recuerdos me vuelven; era nuestra zona de juegos; el Castillo, las almenas, donde hasta dirimíamos nuestras diferencias, en una especie de “duelo”, y nos dábamos unos mamporrazos, jaleados por los dos bandos, hasta que ya cansados y sudorosos, nos separaban.
A veces las “luchas” eran los de la calle Santa María, la Plaza y la Cestería, con los del Santo Cristo, que bajaban por lo que le llama hoy Pontones de Mestanza. Algunas veces alguno salíamos aporreados, y mas de uno subía llorando y llamando a su madre. ¡Mama, Mama!
Los nidos en las almenas, los huevos, recuerdo al “Ratillo” que subía por el muro que tapaba la puerta, con una agilidad y seguridad que asombraba.
El mirador es asombroso, de día y de noche; el arco que se puso a la entrada con muy buen gusto, divide lo que es la calle Santa María, de la explanada.
Quedan las ruinas de la primera parroquia, la piedra fue vendida a principios del siglo XX, por un alcalde, sin recursos y con poco conocimiento, que se conoce, Santa María del Cueto. Esta es la razón, y quizás también el que estuviera allí el cementerio del pueblo durante 98 años, de que el Viernes Santo, subía la procesión del Santo Entierro, hasta hace unos años, que no se sabe porqué, se suprimió. ¿Comodidad?
La carpintería, me gustaba entrar y pasar por el olor a la madera cortada; delante de la ventana (magnifico paisaje) encima de un arcón de herramientas, hacían los mayores la postura. La casa de Fernando El Gordo, Antonio, el Tuberista, último “Guardián” del Castillo, con cientos de anécdotas, que alguna, con su permiso habrá que contar. Don Pedro Fernandez, el médico, con su hijo Pablito mi mejor amigo, Aurora, y ya en la esquina Luisa, con otras muchas familias.
Casas de piedra, del siglo XIX y alguna remozada, le dan prestigio a la calle, que es transitada por todos los forasteros que nos visitan, a la ida o a la vuelta del Castillo. La casa donde yo nací en la esquina, ya de Fugitivos y la Plaza con la Parroquia de San Mateo, con su grandiosidad.
Hay que pasear y ver, y volver, porque siempre, cada día se ve algo nuevo; las luces y las sombras, los olores, los ruidos o el silencio, y la noche, que si siempre es sorprendente, en Baños es mágica.
DMC