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27 julio 2010



ACAMPADA EN EL TAMUJOSO, VERANO DEL 64

Baños nunca tuvo sitios para divertirse, como pasa en las ciudades, aunque si tenia cine, el Cine Lóez y algunos veranos incluso dos, López y Buenavista, pero si dispusimos de un magnifico embalse, y de unas colas, que aunque peligrosas (recuerdo que contaban los que se habían ahogado; los chiquillos acompañaban a las madres a lavar la ropa, se aburrían, se metían, sin saber nadar y cuando se daban cuenta no hacían pie, la madre detrás a salvarlo y una desgracia), fueron nuestra diversión, nuestro descanso y nuestro campo de entrenamiento.

Por eso lo primero que te enseñaban era a nadar y a nadar bien, y hasta que no te cruzabas la cola, por la Cayetana, acompañado de un mayor, no te "daban el alta". Aguas tranquilas sin corrientes, ni hoyas, ni remolinos peligrosos. Aguas caídas y agradables para el baño y la pesca.
Bajábamos por los Turumbetes a esos cabeceros, antes de Cayetana, o a Las Colmenillas, un poco más allá, según estaba el año y había bajado la cola.

Un verano al terminar el Preuniversitario, un grupo de amigos de Linares del Instituto, nos vinimos a pasar una semana de camping en el llano del final del Tamujoso, dando ya a la colilla. Unos vinimos en bicicleta, y otros en el "Mariano" con las tiendas y el ato para esos días.

Me dejaron una barca de las de siempre, y recuerdo aquellos paseos a o largo de las colas, aquellos baños, al despertar, o a la luz de la luna, teniendo cuidado de no alejarnos ni de darnos con una piedra. Teníamos las tiendas amplias y cómodas, que con poco mas de  20 años, dormías encima de las piedras. Seria por el año 1964.

Casi todos los días alguno se llegaba a Baños, no había carretera, solo el camino, pero siempre había que comprar algo, como el pan del día, o hacer alguna llamada para que las familias estuvieran tranquilas.
Fueron unos días maravillosos que no pudimos repetir, pues ya entramos en la Universidad, y los estudios mas fuertes nos lo impidieron, pero el recuerdo de aquellos días no se podrá borrar.
DMC


MI PRIMER CONTACTO CON EL MAR Y CON EL AVIÓN

Era el año 1959, había terminado bien el curso y pasaba unos días de vacaciones en le mes de julio en casa de mis tíos, en Córdoba José Manuel y Carmela, hermana de mi madre.






Mi tío era empresario de cines. En invierno el Góngora, cine emblemático y en verano, el Góngora se convertía en terraza. Nuca se puede olvidar su terraza, a la que se accedía por dos cómodas escaleras y por dos amplios ascensores, de los primeros que se instalaron en esta ciudad; sus geranios, enredaderas y jazmines envolvían en un aroma delicioso sin olvidas sus cómodas mecedoras en vez de sillas. La Empresa Ramos tenía varios cines de barrio al aire libre.

La vida era sencilla; acompañaba a mi tía a medio día a la piscina del  Hotel Palas o al Parador Nacional, y allí no recogía el tío tomando una cerveza fersquita. Decía que piedras y monumentos los justos, pero que camareros, los conocía a todos. Era muy esplendido, y todos querían a Don José Manuel.

Las tardes en el cine y al tanto de todo y a ultima hora le acompañaba en su moto Vespa con sidecar (era cojo) a recoger la recaudación, tomábamos algo de cena en el Savoy y al Brillante, donde tenían su casa.
Un día se presentó, sin decir nada, con una sorpresa; nos vamos a Málaga, a Torremolinos y además en avión para que yo conociera el mar, por una parte y montara por primera vez en avión.

Yo nervioso, deseaba pasaran los días, que al final llegaron; un taxi nos llevó al aeropuerto de Córdoba, desde donde salimos para Málaga en un avión DC.3 de Iberia, con una capacidad que no llegaba a 30 plazas. Volaba bastante bajo y yo, absorto, iba viendo el campo, los pueblos y de pronto, a lo lejos una raya azul, era ya la caída de la tarde, el Mar, veía por primera vez el mar desde el cielo. Nos adentramos unos kilómetros para dar la vuelta, conforme perdía altura, para aterrizar. Se me hizo muy corto y emocionante.
Un taxi y a Torremolinos, al Hotel Pez espada, inaugurado ese mismo año hacia unos meses. Para mi con 15 años todo era una pura sorpresa, y mis ojos no paraban de recibir todas las imágnes.

Después de dos o tres días regresamos a Córdoba en tren. No tenia maquina fotográfica, pero todas, todas las imágenes, las vivencias, las traía gravadas dentro y ahí siguen.
Quien me iba a decir a mi en ese año de 1959, que iba a hacer cientos, quizás miles de vuelos, y que iba a vivir en una ciudad costera, con mar, como Santa Cruz de Tenerife, habiendo nacido y viviendo en Baños de la Encina. Pero ese recuerdo del primer vuelo en avión y de ver el mar desde el cielo, bañarte, la arena que parece que te va a marchar, con las olas que te revuelcan, el sabor salado, no se olvida, después de 51 años.
Nunca olvido a mis tíos, José Manuel y Carmela, nos dejaron hace tiempo, pero siempre los tengo en mis oraciones. Gracias.
DMC.