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12 septiembre 2010

SE ACERCAN LOS ESCLAVOS

Para mi, de pequeño, eran las únicas Fiestas que podía pasar en el pueblo, ya que la Feria, en mayo era tiempo de colegio y vivamos en Sevilla.
Ya cuando caían las primeras lluvias de las tormentas de final de agosto y el viento traía ese olor tan peculiar a “TIERRA MOJADA”, se empezaba a dormir mejor, se arrancaban los melonares ya hacía tiempo se había encerrado el grano en la cámara y la paja, tan incómoda por el polvillo que se metía por todas partes, en los pajares, se recordaba que en unos días llegarían los Esclavos.

La venida de la Virgen de la Encina desde el Santuario, marcaba un inicio, y la Novena con sus sermones, campanas al vuelo, repiques, y deseos de ver a Antoñico el de la luz, empezar a poner los arcos  de luces en  la plaza, y el camión que traía los bártulos de los turroneros, o las papas fritas, delante de la casa de Luisa.
Se empezaba a pedir cosas por las casas para la tómbola; normalmente se daban las licoreras que habían tocado el año anterior, de tonos rojizos o azulados, con su bandejita, la botella tallada y un tapón enorme y las copitas a juego. La tómbola tenía dos sitios alternativos: la cochera de los Caleros, o la de las Viudas. Se ponía un mostrador y unas estanterías para colocar los regalos, que se iban introduciendo en el cajón de las papeletas, según se iba dando la cosa, y como premio  gordo diario, una lámpara de seis brazos.

Un año fueron a casa a pedir algún regalo y mi madre después de darle la consabida licorera, recordó que en esos días habían subido de la huerta  un “pavo de huerta” de unos 15 kilos, y casi en broma se lo ofreció Recuerdo que ese año fue la atracción y todo el mundo iba a ver si le tocaba el pavo. Se dejó para el último día y  ese año la recaudación aumento.

Las barcas las vi en la plaza, delante de la casa de las Muñequeras, en ese lado, y luego en los Turumbetes, aún me recuerdo y oigo el ruedo al frenar en la goma de rueda de camión. Los mas fuertes daban la vuelta, de pie, flexionando las rodillas para hacer más fuerzas.

Salvador Álvarez, me hacía a principio de verano una hucha sencilla con recortes, y ahí depositaba las perras y perillas de mis ahorros, que no eran muchos; lo que mas me gustaban eran las almendras rellenas de los puestos de turrón, y las barcas.

La víspera, el 17 llegaba la música, bueno seis o siete músicos de Bailén, en el camión de Columpios, que los dejaba en la plaza, en la puerta del Ayuntamiento; acompañaban a las procesiones y en la Misa tocaban la “De Angelis”, que el coro cantaba; por la noche en la puerta de la Iglesia, se sacaban unos bancos y tocaban para el baile.

Ese día, casi al mismo tiempo, subía al corral con la hucha y con una buena piedra la abría, para ver mis tesoros.

El 21 con San Mateo, se terminaba, se llevaba la Virgen al Santuario, terminaba la procesión con aquellas banderas tan grandes cruzadas en la puerta formando arco, (siempre tuve la idea de que eran de origen italiano), que guardaba y mimaba Don Pedro Rodríguez López, “El Pintao”. La traca final certificaba que terminaban las vacaciones.

 Se terminaba el verano, habría que volver pronto a Sevilla, libros, cuadernos, colegio y encierro en un piso. Esperar para las próximas vacaciones, esa era la esperanza.
DMC