Los álamos daban sombra y se oían a todas horas las chicharras con su monótono croar y croar.
Grupos de muchachas y muchachos detrás, chiquillos corriendo y algún grupo de adultos.
Subían y bajaban, no había coches, alguna bestia, que venia con la carga de las hurtas, para hacer la plaza por la mañana.
Una tarde, recuerdo que era domingo, la carretera de bote en bote, bajaba con mis hermanos mayores montados en la yegua a la era, donde pasaba la noche.
Los tres montados, yo en medio, quizás con seis años, sin ningún problema, cuando ya por la Esquina de los Molinos, un zagalón, le dio con una vara, un buen zurriagazo, y la yegua, que era muy mansa, pero muy asustadiza, se puso a galope tendido por la carretera, tomo la curva, y ante el asombro de todos, los de la era salieron asombrados, y los muchos que paseaban, llegamos asustados, pero muy bien. Al pisar la era, ya en territorio conocido, agacho la cabeza para comer paja.
Los tres hermanos, llegamos, bien sujetos y agarrados, encima del aparejo.
DMC