1958. En la Llanada |
Los primeros días eran de despiste. Mi madre nos decía al levantarnos, no se puede salir sin sombrero, así que a casa de Pedro Ortega, que luego se le pagara y unas sandalias de goma.
El calor, como el de siempre con el sobrecoste de no haber agua corriente, la primera nevera fue de hielo, no se estilaban los ventiladores y el agua, en el torno en botijos o jarras de barro se refrescaba.
Las noches tremendas con los mosquitos y las siestas aburridísimas sin poder movernos. Sobre las 5 ya podíamos ir a la huerta (otro dia hablare de ella) y a medio dia, los que ya nadábamos a las colas a tirarnos de los cabeceros, bajando por los turumbetes o por el Pozo Luzonas.
Eso si a las dos cuando se oían las campanas que tocaban a Vísperas, corriendo para estar sentados a la mesa a las dos y media.