POR LOS ALTOS DE GÜÍMAR CON ISIDRO (TENERIFE)
Quedé con el amigo Isidro, al pasar la rotonda de Arafo en la gasolinera, que me iba a llevar a una finca suya, ya casi en lo alto de la dorsal que divide la vertiente del norte y sur: desde allí me señalo una zona y la verdad quedaba cerca de los Observatorios meteorológicos.
Me dijo que a casi 1200 m de altitud. Deje mi coche aparcado allí y tomamos un viejo todo terreno de casi 30 años que decía los japoneses los construyeron para el ejército.
Pasamos Arafo y seguimos ya por las calles de Güímar, camino de la montaña, con una carretera estrecha y cada vez más empinada, hasta que se convierte en pista donde hay que ir en primera y con la reductora.
No hay prisa e Isidro me va contando un poco de su vida; ya jubilado, hombre amante del campo y de la agricultura. Los hijos no quieren saber nada y el mientras pueda, tiene ya cumplidos los 67 años, sigue con sus papitas, sus frutales y su viña.
Me cuanta que injertó este año unas parras que luego me enseña, de la variedad Moscatel, y la verdad es que han echado ya en el injerto unos racimos espectaculares.
Pasamos una zona abundante del pino canario, que es de propiedad municipal y salimos ya a mas de mil metros, con la viña. Es una uva blanca de secano y grados, que luego da un vino muy apreciado “Brumas de Ayosa”, seco, suave, con grados y riquísimo.
El día esta con calima, hace calor a esa altura y casi no se ve la costa. Higueras blancas y negras, duraznos, ciruelos negros, nispereros, y algunos castaños, distinguiéndose muy bien los erizos, donde albergan las castañas.
Bodegas en mitas de los campos, las terrazas y las cepas levantadas, para que se aire bien el racimo y buena cosecha, Ya se ven doradas las que dan a levante. El lugar es hermoso y solitario. Me invita a un vino de un barril de madera de más de 25 años ,es temprano y solo lo pruebo, debo de conducir; está muy rico, abocado, pajizo.
Al bajar me cuenta algo de su familia y de él; hace unos años estuvo en Cuba, y me narra como la vida es allí tan pobre y miserable; no hay de nada en las tiendas, ferreterías, ni supermercados; las casas se caen, los coches son una reliquia y las reparaciones un milagro y puro ingenio. Isidro sentencia: “A los que mandan no les falta de nada”.
Me despido de Isidro en la gasolinera. Le doy las gracias por el rato tan agradable pasado, y el me invita, amablemente, a las fiestas próximas del pueblo. Le doy las gracias y le saludo con la mano cuando pasa con el coche delante.
DMC
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