MIERCOLES SANTO. VIACRUCIS AL REDEDOR DEL CASTILLO DE
BAÑOS DE LA ENCINA
La Penúltima
estación de Gerardo Diego
la
componen dos décimas llevadas con
una
fluidez y naturalidad tales
que parece que
escribir tan artísticamente como
él resulta de lo más
fácil; es la difícil
sencillez del artista. La
primera décima es
un una secuencia de
requiebros
afectivos, un ir y venir de un lado al otro de la emoción y
el dolorido sentimiento. Inicial descripción presentativa del
conjunto marmóreo de Madre e
Hijo, que
acaso remita a la
conocida y delicadísima
escultura de Miguel Ángel, «La Piedad»;
una
brevísima referencia al
escenario del Calvario
lejano y vacío,
y al
canto, una
desolada exclamación,
para pasar de inmediato a una oración
consoladora: «no llores».
La décima
segunda apunta ambiguamente, para preparar la
sorpresa
poética, a un doble destinatario,
sujeto
agente del grupo, del «prodigio desnudo»: ¿el
escultor tal vez? Se habla de materia
escultórica y de instrumento, el buril. Pero
no. No es el
escultor, es el alma misma pecadora del
poeta: «- Yo fui el rudo artífice,
el profano que modelé
ese triunfo de la muerte».
[Fr. Ángel Martín, o.f.m.]
He aquí helados,
cristalinos,
sobre el virginal regazo,
muertos ya para el abrazo,
aquellos miembros divinos.
Huyeron los asesinos.
Qué soledad sin colores.
Oh, Madre mía, no llores.
Cómo lloraba María.
La llaman desde aquel día
la Virgen de los Dolores.
sobre el virginal regazo,
muertos ya para el abrazo,
aquellos miembros divinos.
Huyeron los asesinos.
Qué soledad sin colores.
Oh, Madre mía, no llores.
Cómo lloraba María.
La llaman desde aquel día
la Virgen de los Dolores.
¿Quién fue el escultor que pudo
dar morbidez al marfil?
¿Quién apuró su buril
en el prodigio desnudo?
Yo, Madre mía, fui el rudo
artífice, fui el profano
que modelé con mi mano
ese triunfo de la muerte
sobre el cual tu piedad vierte
cálidas perlas en vano.
dar morbidez al marfil?
¿Quién apuró su buril
en el prodigio desnudo?
Yo, Madre mía, fui el rudo
artífice, fui el profano
que modelé con mi mano
ese triunfo de la muerte
sobre el cual tu piedad vierte
cálidas perlas en vano.
DMC