Dedicado a todos los Maestros y Maestras de Baños
Con la traca final terminaban las Esclavos. Habían pasado las Fiestas. Las religiosas con sus Misas y procesiones por el pueblo y verbenas y otros actos programados. Recuerdo los concursos de natación en la Picoza, o las carreras con aquellas bicicletas tan pesadas, o las tiradas al plato en el Santo Cristo.
Además de las “barcas” y la pequeña noria, en la puerta de la Muñequera, o en los Turumbetes, la tómbola era de lo mas atractivo. La recuerdo en la cochera de la casa de las Rodriguez o en la de los Calero, y todos expectantes para llevarse la lámpara de “salón”, como premio principal del día, que salía ya muy tarde, para que se siguiera comprando las papeletas. Los regalos su mayoría, se pedían por las casas (licoreras que tocaban todos los años y se volvían a entregar) y recuerdo el año, en que la comisión se acercó a casa de mis padres, en la plaza. Mi madre no sabía que donar y el día anterior, habían subido de la huerta, un “Pavo de huerta” hermosísimo, de 12 ó 14 kilos y ese año, el pavo o cuarrecano fue la estrella de la tómbola.
Con los tres últimos cohetes se terminaban las fiestas de Esclavos, ya con todas las papeletas acabadas y arremolinándose por la Plaza junto con los papelones de los churros o las patatas fritas y el olor a las peladillas, al turrón o las almendras rellenas.
Pero el tema era que al lunes siguiente empezaba la escuela y había que preparar la cartera, los babis que se habían quedado cortos y buscar los libros y todo el material para empezar.
La verdad es que después de un tan largo verano, en una época que se tenían pocos entretenimientos, estaba uno ya deseando de tener una obligación, como era ir a la escuela a diario.
Recuerdo la Escuela con cierta nostalgia: Las filas de pupitres, con sus tinteros, y los palilleros con los que te manchabas los dedos de rojo. Algunos de los niños “enchufados” se encargaban de hacer la tienta (salían fuera para no manchar el suelo) con la pastilla y la botella, con la que se rellenaban los tinteros, y también era su cometido el encender el brasero para el Maestro. Los mapas en las paredes y las fotos de fin de curso sentados muy serios delante de ellos la tarde de los jueves había actividades y se iba de paseo, a los pinos o a la Piedra Escurridera, con la “merendica”. Y los recreos y los juegos y desde luego la palmeta. Eran otros tiempos.
Recuerdo cuando llegó la leche en polvo, que no nos gustaba mucho, por no estar bien disuelta y encontrarnos con grumos y la mantequilla, en aquellas latas amarillas tan grandes, de cinco kilos.
Y a D. Fernando y a Doña Isabel su mujer, que vivían en la Cuesta de los Herradores, pegada su casa a la Calle Industria y a Doña Angelita, y tantos y tantos otros, que pasaron y dejaron su huella en las aulas de Baños, y que son recordados con respeto
La Casa Grande como escuela, en el callejón del Pilar y la de los Calero, en Santa María, el Grupo en la trasera del Santuario de Jesús del Llano, el del Santo Rostro, en el “Torreón de D. Diego”, hoy renombrado como Torreón del Recuerdo y los nuevos junto al Campo de Fútbol y el Colegio de las Hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado, el “Colegio de las Monjas”, por donde han pasado, en mas de 45 años, miles y miles de niñas y niños.
Sirvan estos deslavazados recuerdos, pero sentidos, de homenaje a las Maestras y Maestros y a cuantos compañeros, que compartimos los pupitres, los juegos, los temores y las muchas alegrías de estar juntos en la Escuela.
DMC.
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