Cuando la carretera era de relleno, como la Plaza, de los terreros de las minas y llovía, relucían las piedras con alguna veta de plomo, lo echábamos al bolsillo y se lo llevábamos a D. Juan Suárez, el Boticarios, que nos daba una o dos perras o un caramelo. ¡Que homenaje mas merecido tenemos los bañuscos pendiente con D. Juan! Cuanta gente le debe tantas cosas. A cuantas personas le daba las medicinas y se las “apuntaba” para siempre. Que persona mas sencilla, mas humilde y siempre pensando en los demás. Algún día tendremos que pagar esa deuda.
La Carretera se llamó en la época de la Monarquía, calle Real, Avenida de Linares hoy, pero siempre será la Carretera.
Tres casas destacan por su antigüedad y su elegancia, dando a esa acera una gran prestancia.
La de la familia Lechuga es de 1797 y tiene una bella fachada de cantería con dintel labrado a la perfección. La familia Lechuga procede de Baeza y destacó en ella el mariscal de Campo don Cristóbal de Lechuga con enterramiento y escudo en la antigua parroquia románica de Santa Cruz de aquella ciudad.
La casa de los Herreros Cárdenas, fechada en 1760, es mucho más sencilla, pero de noble traza.
La de la familia Lechuga es de 1797 y tiene una bella fachada de cantería con dintel labrado a la perfección. La familia Lechuga procede de Baeza y destacó en ella el mariscal de Campo don Cristóbal de Lechuga con enterramiento y escudo en la antigua parroquia románica de Santa Cruz de aquella ciudad.
La casa de los Herreros Cárdenas, fechada en 1760, es mucho más sencilla, pero de noble traza.
Por último, la antigua casa de los Escalantes, también del siglo XVIII --de 1767--, toda de cantería con buena portada de excelente traza y piso superior con sus balcones panzudos, muy barrocos, llevando sobre el central el escudo heráldico de la familia. En el siglo XVIII figura como propietario don Juan Antonio Escalante, soltero y administrador de la renta del tabaco, que debió levantarla.
Más abajo estaba la Casa de Mariano Garcia y cocherón para guardar el coche de línea a Linares “La Pepa” y al lado, al final del barranco que luego seria el Parque de los Barones de Sangarren, el Pozo Vilches, hoy tristemente tapado.
A continuación la casa de D. Paco el Médico, casi en frente el Cine, aún se vislumbra en la pared el letrero y se ven las taquillas.
Al cine de Manolo Columpios íbamos casi todas las noches, pues otras cosas no había. Recuerdo cuando se estrenó en Baños la película El Cid, con Charltón Heston y Sofía Loren (1961), había mucha expectación y el cine de verano estaba a reventar. Desde la sala se proyectaba la imagen a través de una ventanita a la pantalla del patio de verano. Esta película tenía 4 rollos, por su duración. Manolo estaba en otras cosas, seguramente rebobinando alguno de los rollos, cuando el muchacho ayudante, puso el primer rollo, el tercero, el segundo y el cuarto. No había manera de entender como El Cid Campeador estaba muerto y luego aparecía de nuevo vivo con Doña Jimena. Podríamos decir ¡Cosas del cine de los sesenta!
Al final casi enfrente del cine, otro Molino, cocheras y la esquina de los Molinos, donde se despiden los entierros. De pequeño no era sitio de mi devoción, la herrería de “El Liebre”, la casa del Jabonero, con el “Culto”,… el campo.
Los domingos era el sitio de paseo, de las pandillas, de los novios y de los amigos. No había otro lugar, hasta San Marcos y vuelta. La carretera estaba preciosa con los álamos, con sus hojas plateadas siempre moviéndose y las chicharras.
Un domingo bajamos la yegua, que había estado con nosotros en la huerta, a la Era. Íbamos los tres hermanos mayores. Delante yo, luego Luís y detrás al filo de la albarda, Eduardo. Ya habíamos pasado la esquina de los Molinos, cuando sin venir a cuento un mozalbete, con una vara larga que llevaba, le arreó fuerte a la yegua. Esta, que era muy tranquila, pero asustadiza, de puso a galope tendido, gritando nosotros para apartar a la gente, sobre todo en la curva de San Marcos, y no paró hasta llegar a la Era, que estaba en la zona de la Cooperativa, donde todos los hombres estaban con las manos en la cabeza, pensando que pudiéramos caer. No pasó nada, el pequeño susto y la anécdota para contarlo. Yo tendría unos 6 años.
DMC
[Datos sacados de “Juan Muñoz-Cobo “Baños de la Encina. Un poema de piedra y cal”.1997. Inédito]
Al final casi enfrente del cine, otro Molino, cocheras y la esquina de los Molinos, donde se despiden los entierros. De pequeño no era sitio de mi devoción, la herrería de “El Liebre”, la casa del Jabonero, con el “Culto”,… el campo.
Los domingos era el sitio de paseo, de las pandillas, de los novios y de los amigos. No había otro lugar, hasta San Marcos y vuelta. La carretera estaba preciosa con los álamos, con sus hojas plateadas siempre moviéndose y las chicharras.
Un domingo bajamos la yegua, que había estado con nosotros en la huerta, a la Era. Íbamos los tres hermanos mayores. Delante yo, luego Luís y detrás al filo de la albarda, Eduardo. Ya habíamos pasado la esquina de los Molinos, cuando sin venir a cuento un mozalbete, con una vara larga que llevaba, le arreó fuerte a la yegua. Esta, que era muy tranquila, pero asustadiza, de puso a galope tendido, gritando nosotros para apartar a la gente, sobre todo en la curva de San Marcos, y no paró hasta llegar a la Era, que estaba en la zona de la Cooperativa, donde todos los hombres estaban con las manos en la cabeza, pensando que pudiéramos caer. No pasó nada, el pequeño susto y la anécdota para contarlo. Yo tendría unos 6 años.
DMC
[Datos sacados de “Juan Muñoz-Cobo “Baños de la Encina. Un poema de piedra y cal”.1997. Inédito]
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