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29 julio 2010


DOMINGO DE TIENTA BAJO EL NAVALMORQUÍ

Tendría yo unos siete años, no más pero lo recuerdo con toda nitidez. Aquel domingo de la primavera de  1951, en que con Ramón Cañizares, en su caballo blanco, detrás, me llevo a la tienta, debajo del cerro Navalmorqui.

Salimos después de Misa de Alba, que en tiempos de Don Manuel Álvarez Tendero la decía a las seis de la mañana, reminiscencia de las mandas dejadas, para que al alba, y para cumplir con el precepto dominical, los hombres del campo, pudieran oír misa antes de irse al trabajo. Eran tiempos en que no había descanso dominical, y se trabajaban todo los días, y había que oír Misa.

La  Iglesia  tenía muy poca iluminación, como pasaba con el pueblo; bombillas de poca potencia en algunas esquinas. Volví a casa; Ramón ya me esperaba con el caballo atado a la ventana,  tomaría algo de desayunar, y Lucia me preparó una hogaza de pan de su horno recién cocido y calentito, y unas onzas de chocolate, que me había comido ya, cuando pasábamos el muro del Rumblar, camino de la dehesa.

Recuerdo la plaza de piedra, que me parecía grandísima igual que el cerro, seguro porque yo era muy pequeño, y como allí estaba Pedro “el tío Pedro” dirigiendo  el tentadero y el herraje, que al poner el hierro al rojo vivo sobre el anca del animal, olía a pelo y piel quemada.

Los maletillas o  los más valientes se atrevían a dar algún capotazo, para ver la raza y el genio de las vaquillas y casi todos salían trompicados.

La mañana pasaba despacio, pero entretenido, aunque  ya llegó un momento que me aburría, pues toda la faena era la misma. Los hombres chateaban y mientras se hacia la caldereta de cordero, sacaban tapas de las asaduras, y otras partes. Si recuerdo la caldera en las trébedes, con leña de chaparro, y que estaba muy rico el cordero, cuando ya nos pusimos a comer.

 Claro, no teníamos mucho tiempo, pues había que volver y las tardes eran más cortas. Cogido a Ramón, en su caballo, regresamos a Baños, ya anochecido. Me lo había pasado muy bien; algo distinto, cansado, de todo el día y del caballo, pero contento.

Gracias Ramón y Lucía, por ese día en la sierra y por tantos y tantos metido en el horno "dando la lata" y por los moños de pan, que pude comer en su casa, unas veces con chocolate aquel  duro, terroso, pero ¡que rico! y otras con aceite; siempre les recuerdo y no les podre olvidar.
DMC

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