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05 abril 2011

VÍA CRUCIS: OFRENDA
(Vecellio Ticiano y Gerardo Diego)

       
La presentación con que Gerardo Diego abre la serie de poemas del vía-crucis, es una oración a la Dolorosa. Se suceden las frases breves, firmes, con que, desde la compasión, interpela a María en amoroso acompañamiento, en forma de ruegos imperativos: «Dame tu mano», «Clávame tus espadas», «Déjame», «Permite»... La técnica cambiante de afectos encontrados que se agolpan, rompe el presente de la proximidad para recuperar, en desordenado recuento de escenas familiares, los momentos históricos en que la Madre gozaba de su presencia viva: el niño dormido en su cuna, el gozo de verlo nacido en Belén, la llamarada de Gabriel anunciante de la Encarnación...
La vuelta al presente es indicativa de la presencia del Hijo que pasa ya ante Ella, engarzando con una plegaria final, llena de invocaciones, a manera de ofrenda de las dolorosas jornadas que vienen a continuación. [Fr. Ángel Martín, o.f.m.]

Dame tu mano, María,
la de las tocas moradas.
Clávame tus siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí en mi torpe mejilla
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata,
esa lágrima que brilla.
Déjame que te restañe
ese llanto cristalino,
y a la vera del camino
permite que te acompañe.
Deja que en lágrimas bañe
la orla negra de tu manto
a los pies del árbol santo
donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia:
no quiero que sufras tanto.
Qué lejos, Madre, la cuna
y tus gozos de Belén:
- No, mi Niño. No, no hay quien
de mis brazos te desuna.
Y rayos tibios de luna
entre las pajas de miel
le acariciaban la piel
sin despertarle. Qué larga
es la distancia y qué amarga
de Jesús muerto a Emmanuel.
¿Dónde está ya el mediodía
luminoso en que Gabriel
desde el marco del dintel
te saludó: -Ave, María?
Virgen ya de la agonía,
tu Hijo es el que cruza ahí.
Déjame hacer junto a ti
ese augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario,
cítame en Getsemaní.
A ti, doncella graciosa,
hoy maestra de dolores,
playa de los pecadores,
nido en que el alma reposa.
A ti, ofrezco, pulcra rosa,
las jornadas de esta vía.
A ti, Madre, a quien quería
cumplir mi humilde promesa.
A ti, celestial princesa,
Virgen sagrada María.        .

 


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