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16 octubre 2013

ORGULLOSOS DE NUESTRO PUEBLO



            Desde lejos, cuando se avanza por las carreteras bordeadas de olivos, se hacen más nítidos los contornos de la vieja villa, distintos según el lugar desde donde se accede, pero siempre con el telón de fondo de Sierra Morena, tan romántica y próxima. Resalta el caserío refulgente de cal entre el color leonado de las piedras y se divisan  cada vez mejor la mole del templo parroquial de San Mateo y el santuario de Jesús Crucificado del Llano, dibujados en el azul purísimo. igual que se perfila con mayor claridad el contorno de la fortaleza, recostada como un viejo león en el extremo sur sobre enriscadas peñas.

            Tienen ciertos rincones de la villa el sabor de las rancias ciudades castellanas heredado de sus conquistadores, con el airón al viento de la alcazaba y el remate renacentista de la esbelta torre parroquial, al igual que destaca la espadaña herreriana del Santo Cristo y se desgranan, a través de las calles tortuosas y silentes, las casas blasonadas o el airoso penacho de alguna palmera, que se eleva orgullosa de su verdor joyante.

            La villa milenaria, pero con alma joven, es un romance fronterizo que nos habla de gestas de guerra y de fe, porque a la espada de vencedores y vencidos -a la vez que a la Cruz- le debe su existencia. La alcazaba es un poema de piedra y cal, una diadema de conquistador o corona mural con profundas raíces en la tradición y en la historia, que ciñe los almenados muros y torreones de su recinto diez veces secular y pone, rumbo al conjunto urbano, la avanzada proa de la torre del Homenaje.

            La vertical del recio torreón parroquial parece como si dirigiera el alma de Baños en busca de anhelos infinitos; la posición horizontal de la alcazaba es un signo de apego a la tierra y sus luchas, al poder material a las pasiones de los hombres.

                        Dentro del recinto del castillo y a la vista  de tan venerables piedras, imaginemos al arzobispo despojándose del férreo guantelete para trocar la espada por el cálamo y trazar sobre el pergamino las primeras y urgentes notas de su crónica.

 Bien pudiera llamarse a la fortaleza de Baños "la de los Siete Reyes", porque consta en documentos  históricos que se albergaron en sus muros los Alfonsos VII el Emperador (1147), VIII el Noble de Castilla y Alfonso IX de León (1189); el aragonés Pedro II y el navarro Sancho VII (1212, al volver de las Navas con Alfonso VIII); Fernando III el Santo (1224-1225) en sus entrevistas con el emir de Baeza Al-Bayyasi, por la posesión definitiva de [la] villa y castillo y en el repartimiento de tierras y heredades a los trescientos caballeros que le acompañaron en la reconquista de Baños, Baeza y Ubeda y, por último, a Fernando el Católico (1480) que hubo de venir a nuestro ya milenario castillo a levantar el pleito homenaje que Ramón de Corbera tenía hecho a los Reyes Católicos de la "alcaydía" de la fortaleza de la villa, desempeñada por su hijo Diego de Corbera que por la avanzada edad de su padre estaba imposibilitado para acudir a la corte de los reyes.

Fuente: Juan Muñoz-Cobo. "Baños de la Encina. Un viaje por su historia milenaria". Jaén 1988

   DMC









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