Desde lejos, cuando
se avanza por las carreteras bordeadas de olivos, se hacen más nítidos los
contornos de la vieja villa, distintos según el lugar desde donde se accede,
pero siempre con el telón de fondo de Sierra Morena, tan romántica y próxima.
Resalta el caserío refulgente de cal entre el color leonado de las piedras y se
divisan cada vez mejor la mole del
templo parroquial de San Mateo y el santuario de Jesús Crucificado del Llano,
dibujados en el azul purísimo. igual que se perfila con mayor claridad el
contorno de la fortaleza, recostada como un viejo león en el extremo sur sobre
enriscadas peñas.
Tienen ciertos
rincones de la villa el sabor de las rancias ciudades castellanas heredado de
sus conquistadores, con el airón al viento de la alcazaba y el remate
renacentista de la esbelta torre parroquial, al igual que destaca la espadaña
herreriana del Santo Cristo y se desgranan, a través de las calles tortuosas y
silentes, las casas blasonadas o el airoso penacho de alguna palmera, que se
eleva orgullosa de su verdor joyante.
La villa milenaria,
pero con alma joven, es un romance fronterizo que nos habla de gestas de guerra
y de fe, porque a la espada de vencedores y vencidos -a la vez que a la Cruz-
le debe su existencia. La alcazaba es un poema de piedra y cal, una diadema de
conquistador o corona mural con profundas raíces en la tradición y en la
historia, que ciñe los almenados muros y torreones de su recinto diez veces
secular y pone, rumbo al conjunto urbano, la avanzada proa de la torre del Homenaje.
La vertical del recio
torreón parroquial parece como si dirigiera el alma de Baños en busca de
anhelos infinitos; la posición horizontal de la alcazaba es un signo de apego a
la tierra y sus luchas, al poder material a las pasiones de los hombres.
Dentro
del recinto del castillo y a la vista de
tan venerables piedras, imaginemos al arzobispo despojándose del férreo
guantelete para trocar la espada por el cálamo y trazar sobre el pergamino las
primeras y urgentes notas de su crónica.
Bien pudiera llamarse a la fortaleza
de Baños "la de los Siete Reyes", porque consta en documentos históricos que se albergaron en sus muros los
Alfonsos VII el Emperador (1147), VIII el Noble de Castilla y Alfonso IX de
León (1189); el aragonés Pedro II y el navarro Sancho VII (1212, al volver de
las Navas con Alfonso VIII); Fernando III el Santo (1224-1225) en sus
entrevistas con el emir de Baeza Al-Bayyasi, por la posesión definitiva de [la]
villa y castillo y en el repartimiento de tierras y heredades a los trescientos
caballeros que le acompañaron en la reconquista de Baños, Baeza y Ubeda y, por
último, a Fernando el Católico (1480) que hubo de venir a nuestro ya milenario
castillo a levantar el pleito homenaje que Ramón de Corbera tenía hecho a los
Reyes Católicos de la "alcaydía" de la fortaleza de la villa,
desempeñada por su hijo Diego de Corbera que por la avanzada edad de su padre
estaba imposibilitado para acudir a la corte de los reyes.
Fuente: Juan Muñoz-Cobo. "Baños de la Encina. Un viaje por su historia milenaria". Jaén 1988
DMC
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