NOTA
[Mi padre al hablar en su libro “Baños de la Encina. Un viaje por su historia milenaria”. Jaén, 1988., en la página 91, dice que le debe a su hermano Luis, parte de este relato y leyenda, que le contó D. Miguel Ortega Maeso, en una visita a la Virgen de la Encina para cumplir una promesa.
Como recuerdo y homenaje a mi tío Luis y a Miguelico, como cariñosamente se le llamaba en la familia, a continuación trascribo el relato completo de puño y letra de mi tío, D. Luis Muñoz-Cobo y Fresco.]
“Contaba yo ocho años, al vencer unas paratíficas que hicieron que mis padres temieran por mi vida. Entonces me enviaron a Baños de la Encina, como huésped de tía Concha, para cumplir la promesa que ellos hicieron por mi.
Estábamos en verano. Mi cuerpo restablecido con los cuidados que era posible prodigar a un hijo entre muchos. Mi alma tranquila en su inocencia y sin el tormento de la palmeta de un tal Pedro, maestro intruso, al que los chiquillos, por instinto de conservación, dábamos el tratamiento de un “don”, como los quince céntimos que cada semana le entregaba todos los lunes, si quería empezar bien la semana.No es conocido Baños, aunque el nombre alucine, como residencia veraniega. Tampoco es martirio, como en otros pueblos del Santo Reino, pasar allí unos días del reseco estío; pues este pueblo, sin extremos rigurosos, sierra y campiña, secano y huerta, pinos y minas trigales y olivar, tiene, porque lo quiso Dios, el equilibrio de los clásico.
Así pues, obedeciendo ordenes y muy contento, con poder montar en la burra, y sin dar importancia al voto que iba a cumplir, salí de la Muy Ilustre y Mariana Villa, mediada la tarde en un día canicular. A mi lado tan intranquilo por mi impericia en cabalgar como satisfecho de poderme acompañar, caminaba Miguelico Ortega, el constante y fiel servidor de la casa en quien nuestros padres descansaban, nosotros respetábamos y todos queríamos.
Abre su estela en el mar esmeralda del mejor olivar un camino, polvo en verano y lodo en invierno, que conduce al Santuario de la Virgen de la Encina, Patrona de Baños. Este era el término de nuestra jornada.
En el camino todo era nuevo para mi. Entre lo que sabía e inventaba, el paciente Miguel satisfacía mi curiosidad aguantando la andanada de mis interminables preguntas.
A mitad del carril la Casa de Manrique, después la ermita del Cristo. Una ermita del Hijo en el camino de la Madre. ¡Que sutil intención del devoto que la eligió!
Es poco frecuente esta advocación del Crucificado, que dijo “Yo soy el Camino” y que está enraizada en el presentimiento, desde Prudencio a nuestros días, hemos tenido los españoles a creer que en el camino de María, hemos encontrado a Jesús.
Quise entrar al Cristo. Miguel no consistió que mi curiosidad, ni siquiera su devoción tomasen la delantera a lo que, en aquella ocasión, nos obligaba. Me prometió hacer estación al regreso y contarme su historia, si quedaba día para ello.
Seguimos y, al salir de un recodo, vimos recortarse entre la espesura verdinegra, la espadaña del santuario mariano.
Yo debía dar gracias a la Señora por el beneficio de mi salud y encender la vacilante luz de unos cirios, que hablasen de la fe que en Ella pusieron mis mayores. Era este uno mas entre los favores recibidos, pues en agradecimiento de alguna gracia anterior, la Virgen lucía un manto en el que brillaban el oro de las cadenas y cruces, barras y leones de la heráldica familiar del Muñoz-Cobo.
Cumplida la promesa, la santera me mostró unas bellotas de la encina donde la Virgen se apareció, que, próxima al santuario, aún tiene hasta el suelo sus ingentes ramas. Su fruto es un regalo mas de la generosidad de María, pues en cada bellota se reproduce milagrosamente su bendita imagen. Yo he visto ante ellas a alguien temblar de emoción y también he sabido que alguno con mirarlas, lloró conmovido.
Regresamos. Aun queda sol en el cielo. De nuevo ante la ermita del Cristo. Llegamos a El a través de María. La impaciencia por conocer su historia, me hace saltar de la caballería con la destreza de un jinete.
La ermita es breve como el Cristo, tosca talla de un artista innominado. Un detalle llamó, hombre ya, mi atención: los brazos clavados por las muñecas y no por las palmas de las manos. Maravillosa intuición de un artesano que se adelanta en siglos a la investigación de la crítica anatómica; el metacarpo de los crucifijos no pudo sostener la gravidez de sus cuerpos.
Ante la imagen, Miguel me contó la tradición de este Cristo, que por tierna y sentida, debió de hacer mella en mi corazón de niño. Es hermosa como toda la Reconquista a cuyos tiempos se remonta, y aunque digna de estas mas ilustrada, la Onomástica y la Toponimia acreditan el arraigo y certeza de esta devoción.
Rus Puerta, cronista del Obispado de Jaén en el siglo XVII, afirma que don Manrique Pérez de Lara, señor de Baeza, alférez mayor del Emperador Alfonso VII y gobernador de sus reinos, toma parte de la conquista de Andujar, Pedroche y Santa Eufemia y permanece en Andalucía “para que gobernase a los moros que quedasen y a los cristianos así mozárabes como a los que dejó el Emperador”.
Es probable que este don Manrique, que hace junto a su emperador victorioso las campañas por tierras andaluzas y que cruzó tantas veces con él el Puerto del Muradal o Almuradiel, fuese el primer Manrique de la poderosa casa de los Lara, que afincase cerca del entonces famoso castillo de Baños, hoy Monumento Nacional. La Casa de Manrique, magnifica casería con su olivar junto al Cristo, parece atestiguarlo. Los hijos de su hermano Nuño, don Fernando, don Gonzalo y don Álvaro, alférez mayor éste del Rey de Castilla y Condes todos de Lara, acompañan a Alfonso en la acción de las Navas. Su escenario, tan cercano a Baños, cuyo castilla árabe toman los cristianos tres días después.
Liberada así gran parte de la antigua diócesis de Iliturgi, quiso el Rey Alfonso que se extendiera or ella la devoción de la Santa Cruz del Redentor, a la que se encomendó y atribuyó su triunfo contra las huestes del sultán almohade. Y así como mandó erigir una capilla a Santa Elena en el mismo teatro de batalla, porque a la santa madre de Constantino se debió el hallazgo de la Cruz en Jerusalén, y que sigue siendo población del mismo nombre a la salida del Puerto del Muradal –hoy Despeñaperros-, así determinó Alfonso levantar pequeños santuarios, dedicados a Cristo en la Cruz, para agradecerle el favor que hasta la misma Iglesia conmemoró con el de Triunfo de la Santa Cruz.
Así se erigió entre otras, la ermita del Cristo del Camino y ordenó el Rey al que dejó por su Gobernador en el castillo de Baños que no faltase una luz ante la imagen del Redentor, siguiéndose la piadosa costumbre durante algunos años, hasta que ciertos moros que habían quedado por aquellas tierras, llevados de su odio a la Cruz, profanaron una noche la imagen del Cristo y robaron su lámpara de plata.
El sacrilegio produjo la mayor indignación entre los cristianos que repoblaron la Villa y los muzárabes, que habían conservado en secreto su fe, y, reunidos en acto de desagravio, acordaron reponer la imagen y la lámpara mas rica aún que la primitiva. También hicieron voto de alimentar sin interrupción el aceite que se quemara en la lámpara del Cristo, echando puñados de aceituna, que cogían de las bestias cargadas, todos los que pasaban delante de la ermita, conduciendo el negro fruto de las almazaras.
En el molino primitivo de la Casa de Manrique se molía aquella aceituna del Medievo, que los acemileros echaban desde el camino al interior de la ermita, y en la moderna fábrica de la misma Casa se sigue moliendo la que nuestros acarreadores y olivareros siguen echando por las ventanas de la ermita, que permanecen abiertas durante toda la recolección.
Así es como Cristo, pobreza suma, cosecha caridad en todos los corazones y aceituna en todos los olivares de Baños. Cristo-Imagen, cosechero de su propio aceite, recolecta mas del que necesita para su lámpara que sigue ardiendo, y aún regala para que luzca en la Parroquia la lamparilla ante el Cristo-Realidad, y reparte el sobrante entre los pobres, cosecheros con Él sin tener ni un olivo. Y así esta tradición hace que el amor fluya y refluya del pueblo al Cristo y del Cristo al pueblo en una santa competencia de caridad.
Han pasado muchos años desde que vi por primera vez al Cristo del Camino. Yo bien quisiera tener canas para poder peinar. Después he procurado ilustrar lo que aquel día oí y darlo a conocer, pues quiero que otros, como a mí, les deje su conocimiento el sabor de los viejo y la fragancia de lo nuevo, al saber renovada año tras año, la fineza de los bañuscos, cuyo enclave geográfico ha forjado su corazón tan castellano como andaluz, tan sencillo como generoso, tan del Cid como del Gran Capitán.
Madrid, 18 de diciembre de 1954. Luis Muñoz-Cobo."
DMC.