Calle madre de Dios
Siempre me sorprendió esta zona de Baños; el bajo Cueto, el Castillo allá arriba y la imaginación desbordada. Calle Fugitivos donde nací. ¿Quienes huirían? Los moros, los cristianos viejos, mozárabes, renegados… según las épocas. Siento que en la nueva nomenclatura se rotule como “de los Fugitivos”; esta la placa antigua como Fugitivos; mantengamos la memoria y no inventemos, que bastante se está inventando y modificando sin sentido.
Conquista, es una calle aun algo tortuosa y de gran arraigo en el pueblo, y Madre de Dios, silenciosa, trasera, pero con un empaque de ciudad medieval.
Travesía de Fugitivos, ha sido arreglada y llega hasta Trinidad, otra de las calles de hidalgos y blasones en sus puertas de piedra. Al final de los molinos de aceite, aquellos en los que se molturaba con mulos que hacían mover los rulos, y que luego con la revolución industrial, la electricidad y el vapor se modernizaron.
Mi padre me contaba que modernizada la Fabrica de Aceite de la familia “San Enrique”, llevaron a su abuelo a verla; todo le pareció magnifico, pero antes de abandonarle, preguntó muy sorprendido: “¿Y por donde van a pasar los mulos?”.
Las Eras y ya la salida a las eras, llamadas dee Casa y el campo. Allí en el camino se iba a coger la tierra amarilla para limpiar las chapas y los cubiertos de metal.
Yo en verano pasaba todos los días camino de la huerta de mis padres, al dar las cinco en la torre, tomábamos algo para la merienda y allí pasaba la tarde, aprendiendo de los hortelanos y pisando no debía; me gustaba regar los canteros, sembrar, recoger los pepinos y comerlos de la mata, los mas ricos del mundo, a bocados, la fruta de los árboles, ciruelas rojas, casi negras y las amarillas; los albérchigos, los melocotones, las peras y los higos.
A veces íbamos a otras huertas a “probar” su fruta y los hortelanos, nos gritaban al vernos: “Se lo voy a decir a tu padre”, y corríamos, descalzos y quemándonos los pies.
Tenia mi cantero de rábanos y eran los mejores, en aquella época solo largos, no se ponían los de bola; siempre me gustaron un poco amargosos.
Luego el baño en la alberca, con el chorro helado que salía del pozo, y los renacuajos, y otros bichos que patinaban por encima del agua y las ovas con ese verde tan intenso.
Subíamos de noche, cansados, casi dormidos; había muy poco luz en las calles, la Cestería entonces como ahora era casi un misterio
No hay comentarios:
Publicar un comentario